La corrupción es doble: del gobernante que se
cree sede soberana del poder y de la comunidad política que se lo permite, que
lo consiente, que se torna servil en vez de ser actora de la construcción de lo
político (acciones, instituciones, principios).
El
representante corrompido puede usar un poder fetichizado por el placer de
ejercer su voluntad, como vanagloria ostentosa, como prepotencia despótica,
como sadismo ante sus enemigos, como apropiación indebida de bienes y riquezas.
No importa cuales aparentes beneficios se le otorgue al gobernante corrompido,
lo peor no son los bienes mal habidos, sino el desvío de su atención como
representante: de servidor o del ejercicio obediencial del poder a favor de una
comunidad se ha transformado en su esquilmador,
su “chupasangre” , su parásito, su
debilitamiento y hasta su extinción como comunidad política. Toda
lucha por sus propios intereses, de un individuo (el dictador), de una clase
(como la burguesa), de una elite (como los criollos) de una “tribu”( herederos
de antiguos compromisos políticos), son corrupción política.
E.D.A.